viernes, 26 de febrero de 2016

Gaius Aurelius Valerius Maximianus, Diocleciano, ordenó por edicto la persecución oficial de los cristianos, la destrucción de sus iglesias y la quema de las Sagradas Escrituras.

usta esta página · 24 de febrero 




 
TAL DÍA COMO HOY - El 24 de febrero del año 303, el emperador Gaius Aurelius Valerius Maximianus, Diocleciano, ordenó por edicto la persecución oficial de los cristianos, la destrucción de sus iglesias y la quema de las Sagradas Escrituras.

Diocleciano llegó al poder en el 284 y durante sus dieciocho primeros años de gobierno, dejó vivir en paz a los cristianos. Parece ser que a su cambio de actitud contribuyeron una serie de factores, como el hecho de que sus consejeros paganos le persuadieran de que la regeneración del Imperio sólo podría considerarse definitivamente coronada con la restauración de la religión oficial romana. También influyó la idea de que los cristianos, muy numerosos ya hasta en el propio ejército, podían constituir un peligro interno, por lo que había que depurar las legiones.

La persecución de Diocleciano fue planeada por la suprema autoridad imperial, que en poco más de un año promulgó cuatro edictos sucesivos en contra de los cristianos. El primer edicto de aquel 23 de febrero ordenaba la destrucción de los lugares de culto y de los libros de las Sagradas Escrituras, así como la privación de derechos civiles a los cristianos. Dos meses más tarde, un segundo edicto dispuso el internamiento en prisión de todo el clero. Un tercer edicto exigía a los clérigos encarcelados que sacrificasen a los dioses: los que accedieran serían libertados y se daría muerte a los que rehusasen. Finalmente, un cuarto edicto extendió la obligación de sacrificar a todos los cristianos.

En toda la parte oriental del imperio la persecución fue muy dura, y también en las provincias occidentales gobernadas por Maximiano. En cambio, la persecución apenas se sintió en las Galias y en Britannia, sujetas al César Constancio Cloro, que veía con buenos ojos el Cristianismo y se limitó a derruir algunos pequeños templos. En su balance final, la persecución constituyó un rotundo fracaso puesto que, a partir de 324, el Cristianismo será la religión dominante del imperio bajo el gobierno de Constantino I el Grande.

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