LA TUMBA DEL REY ANTIOCO I.
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Enigma de la HistoriaA principios del verano de 1882, los arqueólogos Carl Humann y Otto Puchstein ascendieron al monte Nemrud guiados por el propio Karl Sester. Cuando llegaron a la cima no dieron crédito a lo que veían: en lo que creyeron unas ruinas persas, encontraron una inscripción griega grabada en los zócalos de las estatuas de la terraza oriental, una de las tres de que consta el monumento, y en ella leyeron claramente que esas ruinas constituían el panteón de Antíoco I de Comagene, soberano de un reino aliado de Roma, que construyó su tumba en el punto más alto de sus dominios.
«Yo, Antíoco, he hecho construir este recinto en mi honor y en honor de mis dioses». Así proclama la inscripción que identifica cada una de las estatuas con los dioses griegos Apolo, Zeus y Hércules, asociados con los dioses persas Mitra, Ahura Mazda y Artagnes. Antíoco había decidido construir su tumba bajo un inmenso túmulo cónico de 50 metros de alto por 150 metros de diámetro, erigido en la cima del monte Nemrud; era un modo de estar más cerca de los dioses y velar por su pueblo desde la eternidad. A sus pies se hallaban los suntuosos túmulos de su padre, Mitrídates I Calínico, y de otros miembros de su familia; no muy lejos estaban las tumbas de las esposas reales, vigiladas por águilas labradas en piedra calcárea sobre columnas dóricas.
El arqueólogo turco
En 1883, llegó al yacimiento Osmán Hamdi, director del Museo Arqueológico Imperial de Estambul. Tuvo que realizar un largo y penoso ascenso hasta la cumbre de la montaña por un sendero de mulas, estrecho y sinuoso, que hizo a pie en su último tramo. «Sorprende que a un hombre que ha erigido sobre la más alta cima de estas montañas este monumento, tan costoso que probablemente agotó los recursos de su reino, no se le ocurriera hacer un mejor camino entre las rocas para acceder a él», observó en su minucioso informe.
Algunos informes de los arqueólogos turcos y alemanes entusiasmaron años más tarde a la especialista Theresa Goell. Después de catorce años de preparación y dos visitas preliminares, Goell pudo organizar al fin una expedición arqueológica en 1953, y desde entonces y hasta su muerte en 1985 dedicaría enteramente su vida a estudiar esta fascinante joya del período tardo-helenístico. Instaló el campamento en el propio monte Nemrud, y se puso a trabajar en condiciones climáticas extremas, bajo fuertes vientos, tormentas torrenciales y temperaturas que oscilaban entre los cero y los 50 grados. La expedición de Goell hizo descubrimientos importantes, como el primer «horóscopo griego» conocido, que se encontró en la terraza occidental: un relieve de 1,75 m de ancho por 2,40 m de alto que muestra 19 estrellas grabadas sobre el cuerpo de un león –la constelación de Leo–, que representa la conjunción de Júpiter, Mercurio y Marte. Entre las cabezas de los dioses y de sus animales protectores, que yacían dispersas por la terraza occidental, Goell también identificó la cabeza de la estatua de Antíoco I. Su rostro, de una gran serenidad y belleza, muestra un notable parecido en sus rasgos con Alejandro Magno, del que Antíoco se pretendía descendiente por parte materna.
Aún hoy nos fascina la pericia de los artesanos que esculpieron sus gigantescas estatuas y la ingente labor de ingeniería que llevaron a cabo los arquitectos del rey para poder alzarlas a tan considerable altura. A pesar de todo, aún no se ha encontrado la tumba de Antíoco I; así que, siglos después de su construcción, el principal enigma del monte Nemrud permanece indescifrado.
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